100 días es poco tiempo para proyectar una realidad objetiva del rumbo que tomará el nuevo gobierno en los próximos años, pero es el tiempo suficiente para obtener una radiografía política, económica y social del país que está por venir en los 1.360 días que le resta al gobierno Petro.
Según el Centro Nacional de Consultoría, la popularidad del presidente supera el 60%, siendo un indicador positivo luego de haber batallado en el Congreso por la aprobación de una polémica Reforma Tributaria que prometía gravar a los 4000 más ricos de Colombia y que terminó imponiendo tributos a alimentos de la canasta básica familiar como el café instantáneo.
En los primeros 100 días de Petro el aumento a la gasolina es una realidad y el peso colombiano se ha depreciado un 20%, pasando de los $4.300 (TRM promedio registrada el 7 de agosto de 2022) al máximo histórico de los $5.100 pesos que se reportó los primeros días del mes de noviembre de 2022. Desde luego, una devaluación inédita que no había sucedido en ningún gobierno anterior.
Gustavo Petro ha consolidado su liderazgo los primeros 100 días de gobierno
Sin embargo, no todo ha sido negativo. El presidente Petro ha sido lo suficientemente hábil para interpretar lo que quiere la mayoría. Desde su primer discurso anunció la «paz total» que en sus primeros 100 días ha sido su bandera política y que seguramente le acompañará hasta el final de su mandato.
Muy a diferencia de su antecesor, el expresidente Iván Duque, quien gobernó con la vieja bandera desgastada de la ‘Seguridad Democrática’ y quien fue incapaz de materializar un propósito de gobierno transparente, renovado y que conectara con la realidad de una nueva Colombia que ya no le preocupa cuántas bajas realiza el ejército nacional, sino que está enfocada en ver que se resuelvan temas como la corrupción, el desempleo y la pobreza galopante que por décadas ha golpeado al país.
La Colombia del 2022 es muy distante de la del 2002 y Petro supo interpretar esa nueva realidad de un país obsesionado, principalmente, en acabar con la corrupción que se estima es de 50 billones de pesos al año, aunque en la realidad puede ser mucho más el desangramiento del erario público.
Gustavo Petro, a la fecha, ha sido lo suficientemente moderado como para apaciguar el fantasma del ‘castrochavismo’ que le acecha desde hace muchos años cuando dijo que «Hugo Chávez era un gran líder latinoamericano», o cuando desde una visita que hizo a Caracas en marzo de 2016 (en pleno apogeo de la crisis alimentaria venezolana), insinuó que los medios de comunicación en Colombia estaban exagerando y que en Venezuela no había hambre.
Petro, ¿líder internacional?
El presidente Petro ha tomado las banderas del ambientalismo y ha dicho abiertamente que el mundo debería dejar de consumir y producir hidrocarburos «para garantizar la vida en el planeta».
Uno de sus discursos más polémicos fue el que pronunció Petro a finales de septiembre en la ONU, donde prácticamente acusó a Estados Unidos y el capitalismo de ser los causantes de la crisis climática a nivel mundial. Además, dijo abiertamente que l lucha contra las drogas había fracasado y promovió una política de legalización de drogas.
En aquel discurso, el Presidente afirmó que el narcotráfico produce numerosas muertes violentas en los países productores y consumidores de cocaína, siendo la legalización de las drogas una posible solución a la violencia urbana y erradicación del narcotráfico.
Otro logro agridulce, pero necesario del presidente Petro, ha sido la reapertura de las relaciones con Venezuela. En Venezuela habita una población colombiana numerosa que ni siquiera puede votar o no puede renovar su cédula de ciudadanía colombiana; lo mismo sucede del otro lado, en una Colombia que ha recibido a más de 2 millones de venezolanos que en este momento se encuentran desamparados y sin tener la posibilidad de algún trámite consular.
Sin dejar de lado que el presidente Petro pretende liderar un acercamiento entre el chavismo y la oposición venezolana, en la búsqueda de la reactivación de la mesa de diálogo en México donde la oposición pide garantías constitucionales para ir a elecciones en el 2024.
La Colombia optimista, la expectante y la escéptica
En los primeros 100 días de Petro hay tres realidades: una Colombia que siente que por fin llegó un presidente que gobernará para el pueblo y no para las élites económicas; hay otro país expectante que prefiere no opinar y esperar que el transcurso del tiempo defina la realidad y otro país que está asustado, pesimista y que no cree en un mesías que llegará a salvar a los pobres.
Según reportan las últimas encuestas, esa Colombia optimista supera el 50% de convencidos de que en la Casa de Nariño hay una cara nueva (aunque Petro lleve más de 20 años en la política) y que el país va a cambiar para bien en los próximos años.
Otro país mira con desconfianza la benevolencia del petrismo y su lucha de clases. Una parte importante de Colombia (de todas las clases sociales) no compra el discurso de que hay que quitarle a los ricos para darle a los pobres; y más bien, compara ese discurso con el de modelos económicos y políticos que llegaron al poder con banderas de empoderamiento de los pobres y terminaron de arruinar y empobrecer aún más a la población.
No obstante, es preocupante el dinamismo político que como fenómeno está afectando a numerosas democracias del mundo. Por ejemplo, en Estados Unidos la discusión ya no es entre demócratas y republicanos, sino entre comunistas y fascistas. Esa polaridad del discurso político llevado a los extremos ha trascendido fronteras y Colombia no ha sido la excepción, donde la pugna política se centra en uribistas (fascistas, violadores de derechos humanos, neoliberales) y petristas (comunistas, chavistas y hambreadores).
Esa polaridad ha dejado por fuera a otra Colombia que no vota (cerca del 44% del país habilitado para votar); o si vota, prefiere hacerlo de forma independiente y es renuente a los extremos. Es esa Colombia que celebra lo que le parece está bien y critica lo que para ellos está mal.
¿Realmente puede haber un ‘cambio’ trascendental en Colombia?
En los primeros 100 días los cambios que ha visto el país han sido simbólicos, como por ejemplo, llenar la Plaza Bolívar de ‘pueblo’ el día de la toma de posesión, pedir a gritos la espada de Bolívar o abrir la Plaza Núñez al público. Pero, ¿realmente ha habido un cambio trascendental?
Es falso que Colombia ha sido igual durante los 212 años de historia como República. En el solio de Bolívar se han sentado grandes reformistas, que es muy diferente a liquidacionista. Grandes reformistas de la historia colombiana han sido los expresidentes Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López y Virgilio Barco; sin dejar de lado el acuerdo nacional de 1990 que trajo como resultado la actual Constitución Política de Colombia (una constitución aprobada por liberales, conservadores y el M-19).
¿Es Gustavo Petro un reformista o un liquidacionista? Seguramente el Petro de hace 4 años era liquidacionista, puesto que en numerosas ocasiones prometió realizar una constituyente de llegar a ser presidente. Sin embargo, el Petro del 2022 parece que ha guardado las apariencias y se muestra un poco más reformista, prometiendo cambios a la salud, al trabajo, lo electoral, político y una codiciosa reforma agraria que busca comprar 3 millones de hectáreas de tierra para dársela a campesinos desplazados por la violencia.
Sin embargo, todas esas reformas deben pasar por un Congreso que si bien en su mayoría es de Gobierno, le ha puesto al presidente líneas rojas que se evidenciaron con el debate de la Reforma Tributaria, donde el Gobierno presentó una propuesta inicial que buscaba recaudar 50 billones y que fue peluqueada por ambas cámaras a 20 billones de pesos.
Todo parece indicar que Gustavo Petro llegó a la presidencia de Colombia en compañía de una élite política tradicional que vio en Petro la oportunidad de calmar las aguas turbulentas que agitaban la sociedad colombiana, vendiéndole a millones de personas un «cambio» político, pero que en la práctica serán cambios simbólicos y los trascendentales que Petro quiera imponer se encontrarán con la barrera del Congreso de la República, el de los medios de comunicación y de la opinión pública que se encuentra alerta ante cualquier síntoma peligroso de «castrochavismo».