En Colombia, la Constitución actual prohíbe la reelección presidencial inmediata. Sin embargo, existen mecanismos legales que permitirían que Gustavo Petro y sus aliados busquen, al menos en teoría, extender su proyecto político más allá de su actual mandato. La estrategia para lograrlo consiste en tres posibles caminos que el petrismo podría emplear para intentar instaurar la reelección presidencial en el país, a pesar de las limitaciones constitucionales vigentes.
Referéndum Constitucional y aprobar la reelección presidencial
Uno de los recursos más directos es la convocatoria de un referéndum constitucional. Este mecanismo puede ser promovido por el presidente o impulsado mediante la recolección de firmas, y la ley estipula que el 5% del censo electoral (alrededor de 1.950.000 personas) debe respaldar la iniciativa. Con una base social amplia y un apoyo significativo en las urnas, el petrismo tiene la capacidad de obtener estas firmas y presentar la propuesta para modificar la Constitución. Un referéndum de esta naturaleza, de aprobarse, habilitaría una consulta popular para reformar la carta magna y, potencialmente, abrir la puerta a la reelección.
Asamblea Nacional Constituyente
La segunda vía, y quizás la más ambiciosa, es la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente. Para el petrismo, una Constituyente representa una oportunidad de replantear las bases de la democracia y el sistema de gobierno colombiano. Esta opción, sin embargo, es compleja y requiere de una serie de factores estratégicos para convertirse en realidad.
Existen dos caminos principales para lograr una Constituyente en Colombia:
- Vía Corte Constitucional: Lograr mayorías en la Corte Constitucional sería un avance crucial. Si el petrismo asegura una influencia suficiente en la Corte, podría utilizar un decreto para llamar a una Asamblea Constituyente, aprovechando los resquicios legales y el respaldo de esta institución. Esta opción, aunque posible, requiere una configuración de la Corte favorable al proyecto político del presidente.
- Vía mayorías parlamentarias: La alternativa más probable de ser viable es ganar mayorías parlamentarias en las próximas elecciones legislativas de 2026. Con el control del Congreso, el petrismo podría proponer una convocatoria formal de Asamblea Constituyente durante el siguiente gobierno. Este método difiere en que no involucra a Petro directamente, pero permite que su movimiento, ya consolidado en las cámaras, impulse un cambio constitucional que permita la reelección de sus ideas, en caso de que un sucesor sea elegido en su lugar.
3. Influencia en la sucesión presidencial
El caso de México ilustra una estrategia alternativa. Allí, Andrés Manuel López Obrador colocó a Claudia Sheinbaum como su sucesora para asegurar la continuidad del proyecto de MORENA en el poder. En Colombia, Gustavo Petro podría adoptar una estrategia similar. De no ser viable una reelección en el corto plazo, la posibilidad de delegar el liderazgo a una figura cercana, comprometida con sus principios y objetivos, garantizaría la continuidad de su proyecto político más allá de su mandato.
¿La popularidad es un problema para que Petro se reelija?
La respuesta corta es no.
La respuesta larga es que para personajes populistas como Petro, si bien es un desafío, no es imposible lograr torcer su impopularidad en una popularidad moderada que le permita obtener 50% más un voto y así lograr que se apruebe un referéndum constitucional, por ejemplo.
Los líderes populistas, especialmente en América Latina, suelen manipular emocionalmente a la ciudadanía para obtener apoyo masivo. Apelan a los problemas cotidianos de las personas, exacerban el malestar social y presentan soluciones aparentemente sencillas a problemas complejos, prometiendo justicia social, progreso y una igualdad que, en muchos casos, no tienen la intención de materializar. Para consolidar esta conexión, estos líderes se muestran como salvadores de la nación, posicionándose en oposición a élites o «enemigos» internos y externos que, según ellos, buscan frenar el progreso del país. De este modo, crean una narrativa de «ellos contra nosotros» que refuerza la dependencia del pueblo hacia el líder.
Una vez que el populista logra conquistar a las mayorías, utiliza su poder y carisma para cambiar las reglas del juego. Al contar con el respaldo popular, convoca a elecciones y referendos en los que, bajo la apariencia de democracia, el pueblo termina legitimando las reformas que fortalecen su control sobre el Estado. Para asegurarse de que estas elecciones sean favorables, los populistas se aprovechan de recursos públicos, compran conciencias y utilizan el aparato estatal para cooptar medios de comunicación, persiguiendo o acallando a voces opositoras. Los ciudadanos, que en muchos casos creen estar ejerciendo su derecho democrático, son manipulados a través de campañas emocionales y promesas de bienestar, cediendo su poder a una figura que los mantendrá atrapados en un sistema de control.
Este tipo de maniobras no son aisladas en América Latina. Desde Venezuela hasta Nicaragua y, en menor medida, Argentina, el modelo se repite: una reestructuración de las reglas democráticas para perpetuar el poder en manos de un grupo político específico, frecuentemente bajo una ideología que desafía los principios democráticos de separación de poderes y alternancia en el poder. En este sentido, los mecanismos de la democracia son utilizados como herramientas para mantener el control, un juego en el que la izquierda extremista latinoamericana ha destacado, siempre al borde de lo constitucional, pero acercándose a formas totalitarias de gobierno.
En la encrucijada política que enfrenta Colombia, los caminos para la reelección de Gustavo Petro o la continuidad de su proyecto político plantean un debate profundo sobre los límites y la flexibilidad de la Constitución, pero yendo mucho más allá, también se cuestiona el papel de la oposición para lograr hacer contrapeso al populismo.