No importa quién sea el inquilino de la Casa de Nariño, la clase política de toda la vida, siempre hará presencia en todos los gobiernos. Como garrapatas, se ciñen al presidente de turno, a los ministerios, a la Registraduría, a la Procuraduría, a la Fiscalía y a todos los organismos de control que en su conjunto hacen parte de la República y en el ideal de una democracia como la meditaron Montesquieu y Rousseau durante el siglo XVIII y que sirvieron de inspiración a la Revolución Francesa.
Colombia tiene, en apariencia, una democracia con tres poderes públicos (ejecutivo, legislativo y judicial), pero en la práctica, esta democracia funciona a medias, ya que fue secuestrada por el clientelismo, el amiguismo y por los más de los mismos; y cuando la sociedad demanda un cambio, la clase política, muy inteligentemente, saben camuflarse muy bien y venderse como el cambio.
En Colombia cada 10 años hay un cambio: Pastrana fue el cambio; Uribe fue un cambio y por último, Gustavo Petro fungió de renovación y cambio político, pero en sustancia, Colombia sigue siendo la misma.
Petro es, quizás, uno de los mayores fraudes de la historia de Colombia. Una prueba de carne y hueso de cómo trabaja la politiquería y de cómo funciona la democracia en el país, donde es más que evidente que la clase política es la que siempre termina tomando las decisiones de relevancia en el país.
¿Llegará el día en que realmente en Colombia habrá un gobierno de los ciudadanos? En Colombia no existe la monarquía, pero en términos prácticos, la clase política se comporta como tal.
Seguramente peco de idealismo, pero no se trata de izquierda, de centro o de derecha; se trata de que en Colombia realmente haya un gobierno comprometido con la democracia, con la libertad y sobre todo, con los ciudadanos.
Pero no nos engañemos, para lograr eso, primero debe cambiar la sociedad. El 40% de los colombianos no vota en las elecciones presidenciales y la gran mayoría que vota, no lo hace bien informada; y más grave aún, la politiquería tiene secuestrada al Congreso de la República, ¿los colombianos no han entendido que el legislativo es un poder mucho más importante que la mismísima Presidencia de la República?
Para cambiar a Colombia, primero hay que cambiar al Congreso y expulsar a los politiqueros (y a sus herederos) que viven allí, como ratas, desde hace décadas. Sin embargo, el 60% de los colombianos no vota en las elecciones legislativas, dejándole la puerta abierta a la clase política para que se sigan robando al país.
Sea quien sea el presidente, tenga el nombre que tenga, sea del partido que sea, sea hombre o mujer, sea de izquierda o derecha, se verá obligado a negociar con la clase política de siempre. De nada sirve ir buscándole reemplazo a Gustavo Petro si no se piensa en cómo se va a cambiar el próximo Congreso.
Por eso el título de este artículo, porque en Colombia vivimos en una democracia de fantasía o bien, en una dictadura perfecta, pero a diferencia de Venezuela, aquí los ciudadanos sí tenemos la potestad de extirpar a ese régimen y por fin, construir un país y una democracia al servicio de nosotros, los ciudadanos.