Con información de Wired
En 2019, Estados Unidos, liderado por la administración Trump, lanzó una serie de esfuerzos secretos y diplomáticos para derrocar al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Estos esfuerzos incluían una compleja operación cibernética encabezada por la CIA, la colaboración de aliados regionales como Colombia y una red de sanciones y presión internacional sin precedentes. Sin embargo, las luchas internas en Washington y el escepticismo de Trump hacia el liderazgo de la oposición venezolana socavaron estos planes, según una investigación de WIRED.
El ascenso de Guaidó y la promesa de cambio
El 23 de enero de 2019, Juan Guaidó, un joven político venezolano, se declaró presidente interino del país ante una multitud en Caracas. Afirmando que buscaba «restablecer la constitución», Guaidó contaba con el apoyo de la Asamblea Nacional y, en poco tiempo, de gran parte de la comunidad internacional. Para el entonces asesor de seguridad nacional, John Bolton, la proclamación de Guaidó representaba la oportunidad perfecta para derrocar a Maduro. La administración Trump rápidamente reconoció a Guaidó como presidente legítimo y presionó a otros países a hacer lo mismo; finalmente, más de 60 naciones se unieron en el reconocimiento.
Con la llegada de Guaidó al escenario político, la CIA estableció un grupo de trabajo sobre Venezuela. El grupo tenía una tarea inmensa: cambiar las prioridades de inteligencia y recursos hacia un país que, hasta entonces, era una prioridad secundaria para Langley. Según fuentes cercanas al proceso, uno de los primeros objetivos fue hackear las redes y sistemas gubernamentales venezolanos para recopilar inteligencia y preparar el terreno para desestabilizar el régimen.
Un hackeo a las nóminas militares: la jugada estratégica de la CIA
En un esfuerzo clave, la CIA logró penetrar el sistema de nóminas militares de Venezuela, con la esperanza de que esta interrupción generara disidencia entre los soldados y oficiales. Según exfuncionarios de la administración Trump, el ataque cibernético desvió o bloqueó temporalmente los pagos de los militares, lo que provocó insatisfacción entre los soldados. Este movimiento estaba calculado para debilitar el control de Maduro sobre las fuerzas armadas, las cuales eran fundamentales para su permanencia en el poder.
Sin embargo, la operación estuvo plagada de problemas desde el inicio. Las facciones internas en el gobierno estadounidense lucharon por asignar recursos de ciberseguridad de la CIA y la NSA a Venezuela, un país que, hasta entonces, no se consideraba de prioridad alta. Hubo una resistencia significativa, especialmente en el Pentágono, donde altos funcionarios preferían dirigir sus recursos hacia otros focos de conflicto global.
El factor Colombia y los intentos de sabotaje militar
Ante la negativa de involucrar fuerzas estadounidenses directamente en Venezuela, la administración Trump recurrió a Colombia, con quien la CIA y el Pentágono han mantenido relaciones cercanas en el ámbito de inteligencia y defensa. Colombia aceptó colaborar en una operación para inutilizar varios aviones de combate Sukhoi de fabricación rusa pertenecientes a la Fuerza Aérea venezolana. Sin embargo, el plan no se ejecutó como se esperaba. Los agentes colombianos lograron dañar algunos de los aviones, pero el impacto fue mínimo.
Este intento fallido de sabotaje reflejó los crecientes problemas de coordinación y la falta de una estrategia unificada para derrocar a Maduro. A pesar de los recursos invertidos y el riesgo diplomático, la operación no logró alterar la capacidad militar de Venezuela de forma significativa.
La falta de confianza de Trump en Guaidó y el impacto de las divisiones internas
A medida que avanzaba la operación, Trump comenzó a perder confianza en Guaidó, a quien veía como un líder débil en comparación con Maduro, a quien describía como un hombre «fuerte». Esta percepción llevó al presidente a referirse a Guaidó como el «Beto O’Rourke de Venezuela», una comparación con el político demócrata estadounidense que sugería inexperiencia e incapacidad para liderar un cambio real. La administración, entonces, comenzó a fracturarse, y algunos sectores de la Casa Blanca se mostraron reacios a seguir respaldando a Guaidó.
Las memorias de Bolton revelan que este conflicto no solo era con Trump, sino también con otros altos funcionarios de la administración, como el secretario de Estado, Mike Pompeo. La decisión de Pompeo de cerrar la embajada estadounidense en Caracas en marzo de 2019 marcó un punto de inflexión negativo. Aunque se justificó en función de la seguridad del personal diplomático, el cierre redujo significativamente la capacidad de Estados Unidos de coordinarse con líderes de la oposición y monitorear las reacciones del régimen de Maduro en tiempo real. Sin una presencia en el terreno, la CIA y el Departamento de Estado vieron limitados sus esfuerzos y el flujo de información confiable desde Venezuela.
El declive de la estrategia y las lecciones de un intento fallido
La combinación de factores internos y externos transformó un esfuerzo inicialmente agresivo en un proyecto dividido y mal coordinado. Sin el apoyo directo de Trump y con el cierre de la embajada, la CIA y los aliados estadounidenses en la región enfrentaron crecientes dificultades para influir en la situación política venezolana. La operación, que se había concebido como una muestra de la influencia estadounidense en América Latina, terminó por exponer las limitaciones de los métodos encubiertos en contextos altamente volátiles.
El intento fallido de derrocar a Maduro destaca las tensiones entre una política exterior agresiva y los desafíos de implementación en una región compleja. Los expertos señalan que este episodio subraya los peligros de las políticas de cambio de régimen sin una estructura clara de respaldo y las dificultades que enfrentan los servicios de inteligencia cuando los recursos se ven comprometidos por luchas internas.
¿Cambiará la situación en Venezuela de cara al nuevo gobierno de los Estados Unidos?
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