En 2013, Raúl Gorrín, junto con sus socios Gustavo Perdomo y Juan Domingo Cordero, adquirieron la mayoría de las acciones de Globovisión, un importante canal de televisión en Venezuela que hasta entonces mantenía una línea crítica al chavismo. A simple vista, la operación parecía ser una transacción empresarial común, pero los detalles oscuros que rodean la compra revelan una historia de presiones, coacciones y, sobre todo, el control del gobierno sobre los medios.
Según múltiples reportes, los propietarios originales del canal, liderados por Guillermo Zuloaga, fueron sometidos a un acoso sistemático por parte del gobierno, que incluyó amenazas legales y financieras. Zuloaga, quien también enfrentó acusaciones de corrupción y tuvo que exiliarse para evitar su arresto, se vio obligado a vender el canal bajo una enorme presión. La entrada de Gorrín y sus socios no fue un movimiento casual; fue una estrategia orquestada por el chavismo para tomar el control del medio más influyente que se oponía al régimen.
Globovisión: de crítico a oficialista
Tras la compra de Globovisión, los cambios en la línea editorial no tardaron en hacerse evidentes. Raúl Gorrín y sus nuevos directivos iniciaron una purga interna de periodistas y programas que eran críticos del gobierno, reemplazándolos por contenido afín al chavismo. En cuestión de meses, el canal que antes era visto como un bastión de la prensa libre se transformó en una voz alineada con el discurso oficialista.
Los espectadores notaron la transformación radical: los programas de opinión se suavizaron, las críticas desaparecieron y la cobertura se tornó cada vez más favorable al gobierno. Globovisión, una vez una trinchera de periodismo independiente, se convirtió en un instrumento más del aparato propagandístico del régimen.
Raúl Gorrín: más que un empresario, un operador del Régimen
La figura de Raúl Gorrín trasciende la de un simple empresario; se convirtió en un engranaje clave del chavismo, utilizando su influencia y capital para consolidar los intereses del gobierno. No solo compró Globovisión, también fue acusado de participar en esquemas de corrupción masiva, incluyendo el lavado de dinero y el pago de sobornos a funcionarios chavistas, todo ello para garantizar su posición y los favores del régimen.
Gorrín no solo operaba como un aliado; sus movimientos financieros y su capacidad para ejecutar operaciones complejas lo convirtieron en un facilitador de los planes del chavismo para controlar todos los frentes, incluidos los medios de comunicación.
¿Qué implicó la compra arbitraria de Globovisión para la libertad de expresión en Venezuela?
La toma de Globovisión marcó un punto de inflexión en la libertad de expresión en Venezuela. Al silenciar una de las pocas voces disidentes que quedaban en la televisión, el chavismo no solo consolidó su control sobre la información, sino que envió un mensaje claro: nadie está a salvo de su poder. La compra de Globovisión por Raúl Gorrín no fue solo una transacción comercial; fue un movimiento estratégico para desmantelar la crítica y mantener el dominio del discurso público.
Además, representó un recordatorio de cómo el chavismo utilizó todos los recursos a su disposición para perpetuarse en el poder, incluidos los medios de comunicación. Con Raúl Gorrín como uno de sus operadores más leales, el régimen logró transformar un canal crítico en un cómplice de su propaganda. En la Venezuela de hoy, el legado de esta compra forzada sigue latente, recordando a los ciudadanos que, en el juego del poder, no hay reglas que no se puedan romper.